La fatiga emocional hace referencia a un agotamiento mental que va relacionado con los síntomas prolongados de estrés, ansiedad o depresión. Todos podemos sentir este cansancio emocional extremo de vez en cuando, aunque algunas personas tienen tendencia a experimentarlo más a menudo, pues son más sensibles o más empáticas. Quien padece fatiga emocional siente que ha agotado todos sus recursos emocionales y no le queda nada más para dar a los demás.

La fatiga emocional puede ser tratada si se detectan los síntomas lo antes posible. Para prevenir mayores consecuencias, es necesario contar con ciertas habilidades para afrontar el estrés. Pero antes de nada, el primer paso es reconocer la fatiga emocional en nosotros y averiguar qué circunstancia la está causando.
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TESTIMONIO DE FATIGA EMOCIONAL
Desde niña cuando ayudaba a mi mamá en los quehaceres, me cansaba muy rápido y me enojaba. Ella, no me dejaba descansar; me costaba mucho levantarme temprano, lo hacía pero muy molesta con todos, me disgustaba con mis hermanos porque ellos generaban más quehacer, por eso los odiaba. Cuando cursaba la secundaria, trataba de estudiar, pero de repente sentía cansancio y no lo podía hacer. No tenía ganas de bañarme ni arreglarme, me sentía incapaz de ayudar en las labores de la casa; mi cuerpo estaba sin fuerzas, con mucho dolor, lo único que hacía era tirarme en la cama y perderme en un profundo sueño. Mi familia se molestaba conmigo porqué pensaban que yo tenía flojera, yo me sentía muy mal, ellos no me entendían. En la escuela sentía mucho cansancio y sueño, el cuerpo muy pesado, con mucho dolor, no podía controlar todo eso que sentía, me dormía en las clases, trataba de abrir los ojos, pero me costaba mucho. Volteaba a ver a mis compañeros y ellos estaban contentos escuchando las clases, mientras yo sentía la muerte, que hacía un esfuerzo sobrehumano para poder estar despierta y poder escuchar y entender las clases.

Después me case y tuve tres hijos, sentía que era demasiado trabajo el que tenía que hacer, me sentía incapaz de atenderlos, de hacer todos los quehaceres. Con el paso del tiempo mi situación se agravó, a tal grado que no me podía levantar de la cama, sentía morirme, no tenía ganas de hacer nada, esto provocó que tuviera que dejarle mis hijos a mi cuñada, porqué ya no los podía atender. Dormía de día y noche, ya no podía ir a trabajar, porque me costaba mucho levantarme, mi jefe me quería despedir porque faltaba mucho, me decía que si yo no quería trabajar que dejara mi trabajo, que otros lo podían hacer. Empecé a buscar ayuda, acudí con médicos y brujos para buscar una solución a todo lo que sentía. Así fue como un día, llorando, llegué al Movimiento Buena Voluntad 24 Horas de Neuróticos Anónimos; ahí pude comentar todo lo que sentía.
A los pocos días de haber llegado al Movimiento, solicité el servicio de Casa Hogar, debido a que me sentía muy mal. Ahí recibí alimentación y hospedaje gratuitos, y a los pocos días me empecé a sentir bien.
Posteriormente salí de la Casa Hogar y pude integrarme a mi familia, retomé mis responsabilidades como madre al lado de mis hijos; regresé a trabajar a mi empleo sin faltar, e inclusive pude retomar mi carrera, la cual había abandonado por todo lo que sentía, después concluí mis estudios y me titulé.
El día de hoy me siento realizada, como una mujer responsable en el trabajo, en mi familia, por eso sigo en el Movimiento Buena Voluntad 24 Horas de Neuróticos Anónimos. Con la terapia me siento feliz y puedo enfrentar todos los problemas difíciles que se me presentan en la vida, ahora ya no quiero morirme.
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Fachada principal del grupo Buena Voluntad 24 Horas Guelaguetza